jueves, 26 de marzo de 2020

PSICÓLOGA EN CASA

Estimados padres de familia y estudiantes,

Es importante hacer un alto en el camino y revisar lo que se ha hecho estos días de aislamiento. 

Hoy, los invitamos a dirigir la mirada al cielo y dar gracias a Dios por todo aquello que nos ha permitido vivir. Por todas las maravillas que pone a nuestro servicio; Por el tiempo que nos permite compartir con nuestras familias, incluso por los momentos de soledad y encuentro personal. Es por ello, que hoy, los invitamos a compartir un momento de oración en familia. 


HA LLEGADO LA HORA
 Ahora que debemos parar de nuestra carrera diaria de ir y venir, de hacer o dejar de hacer.
Ahora que ya no nos podemos quejar que nos falta tiempo para estar en familia.
Ahora que no podemos excusarnos en la falta de tiempo para estar con nosotros mismos.
Ha llegado la hora de mirarnos a profundidad, de pensarnos y repensarnos lo que hacemos, el sentido y el fin nuestra vida, nuestras relaciones y nuestras elecciones.
Ha llegado la hora de parar, de dejar la carrera, de reencontrarnos con lo esencial: la vida, la familia, los amigos, la sociedad, la naturaleza y claro con Dios.
Ha llegado la hora de poner en marcha las más altas virtudes, que nos den la capacidad para saber afrontar estos momentos de incertidumbre, de angustia y sobre todo de una nueva manera de estar y relacionarnos en este mundo.
Ha llegado la hora de tomar conciencia de nuestra fragilidad, de nuestra finitud y de nuestra soberbia, que nos hacía creernos “todo poderoso”.
Ha llegado la hora de hacernos humildes, de reconocer que no somos dueños de la vida, ni del tiempo, ni de la naturaleza.
Somos dueños sí, de nuestras decisiones, de nuestras actitudes y de la manera como afrontamos cada una de las cosas que generamos y debemos vivir en este transcurrir del día a día.
Somos dueños sí, de hacer de cada experiencia vivida, una oportunidad o un motivo para caer en la depresión, el fatalismo o la pérdida.

POR TODO LO ANTERIOR

Ha llegado la hora de crear una nueva historia, de enseñarles a nuestros niños y jóvenes que sí podemos sobrevivir, que sí podemos salir engrandecidos de este momento, gracias a la vivencia de valores como la solidaridad, el respeto, la amistad, la sociabilidad, el optimismo, la gratitud, la humildad, la flexibilidad, la fortaleza, la templanza, la prudencia, la fe, el amor,
A continuación, te invitamos a compartir esta reflexión en familia, que ella sirva de alimento para el alma y reavive en cada uno de los miembros de nuestras familias los más nobles y altos valores humanos y cristianos.
El valor y la profundidad que logres alcanzar depende de ti y de tu reflexión familiar. Así, que no pierdas esta oportunidad de alimentar tu espíritu y el de todos en casa. Bienvenidos
Lectura del día...

“EL MAESTRO”
Un anciano tenía fama de sabio y la gente acudía a él en busca de ayuda o consejo. Y cuando un forastero preguntaba por qué le decían maestro, en qué consistía la sabiduría o qué ciencia dominaba ese hombre que parecía un humilde campesino, la gente no sabía muy bien qué responder. “Es un hombre feliz, vive en paz con todos”: Era una de las tímidas respuestas.
Un joven escuchó hablar de él y que ansiaba adquirir conocimientos, se presentó una noche para pedirle que le enseñara. El anciano se sorprendió del pedido, pero aceptó con entusiasmo. Hacía muchos años que vivía solo y le gustó la idea de tener a alguien con quien compartir su tiempo nuevamente.
A la mañana siguiente, se levantaron y prendieron el fuego para calentar agua y cocinar el pan que habían dejado preparado la noche anterior. Mientras esperaban que el desayuno estuviera listo, el maestro se sentó en un banquito y se puso a contemplar por la ventana.  El discípulo, de pie, trataba de poner la mirada en el mismo lugar que el maestro, para descubrir qué estaba mirando tan concentrado. Por la ventana sólo se veía el campo, flores silvestres, el gallinero y los perros recibiendo los primeros rayos del sol.
A los pocos minutos, el joven se aburrió y se fue a sentar. Tomó un libro de su mochila y comenzó a leer. Sin embargo, a cada momento se distraía y pensaba cómo el maestro podía perder el tiempo sin hacer nada.  Cuando el olor a pan inundó la habitación, el maestro se levantó, preparó el té y colocó dos jarros sobre la mesa y el pan sobre la servilleta. Se sentó, indicó, con un gesto de su mano, al discípulo que hiciera lo mismo y comenzó a comer el pan, cortándolo en pedacitos y mojándolos en el té caliente.
El discípulo estaba asombrado: El maestro se había olvidado de agradecer la comida. Sin disimular y para que el otro se diera cuenta de su error, agachó la cabeza durante unos instantes como si estuviera rezando. Después, comenzó a comer. Cuando terminaron el desayuno, colocaron cada cosa en su lugar y el maestro le preguntó al joven de qué quería conversar. En el instante en que le iba a contestar, se abrió la puerta de golpe y entró un niño corriendo.
-       Maestro, maestro, miré el pescado que saqué del agua, hoy vamos a comer como reyes.
El maestro se levantó, aplaudió la hazaña del niño y se ofreció para ayudar a limpiar el pescado. Mientras tanto, le preguntó por toda la familia y le explicó varias maneras de cocinarlo. Antes de que se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento especial para darle más sabor a la preparación. El discípulo estaba asombrado y desconcertado, Ya había pasado más de medio día y no había aprendido nada.
A partir del momento que el niño dejó la casa, cada vez que el maestro se iba a poner a conversar con él, alguien del pueblo interrumpía la conversación. Iban a pedirle algo o a llevarle un pequeño regalo- una papa, una planta de lechuga, una calabaza-, como agradecimiento por alguna ayuda que él les había dado. Pasó el día y anocheció. El maestro cortó las verduras y puso el caldo en el fuego, mientras amasaba con mucha dedicación el pan para el otro día. Comieron y se fueron a dormir.
Los días siguientes fueron más o menos similares: Pasaban las horas leyendo de un lugar a otro, ayudando o visitando a las personas del pueblo; trabajaban la pequeña huerta; alimentaban a las gallinas y juntaban los huevos que regalaban al que los necesitaba.
Una noche, entre la respiración profunda del maestro y la bronca acumulada por no aprender nada nuevo, el discípulo daba vueltas en la cama sin poder dormir. No sabía si irse o quedarse. Por fin, casi entrada la madrugada decidió probar durante un día más. Al amanecer, el maestro se levantó, se desperezó y comenzó a prender el fuego para el desayuno. Puso el agua a calentar, el pan a cocinar y se sentó en el banquito a mirar por la ventana. Así lo encontró el joven cuando despertó. Se dio cuenta que todo iba a seguir igual que los días anteriores. Al enojo que había acumulado se le sumó su mal dormir y estalló:
- ¡Yo vine a buscar sabiduría, a entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor y lo que
me encuentro es alguien con una vida común, diría vulgar, que ni siquiera es capaz de tener un momento para reflexionar y agradecer al Creador por todo lo que recibió de él!
El maestro lo miró con los ojos tristes; una expresión que nunca antes le había visto, Y le contestó:
-       Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, huelo su perfume y, de esa
manera, usando mis ojos y mi olfato para gozar de lo que Dios hizo por nosotros, lo alabo. El campo y el gallinero, son los que nos ofrecen la comida de cada día y, al mirarlos, no me queda más que agradecer por la vida. Los perros descansando me recuerdan que pasaron toda la noche en vela cuidándonos mientras dormíamos.
Esto me lleva, necesariamente, a agradecer a Dios que en todo momento y sin descansar tiene sus ojos puestos en nosotros para acompañarnos, para cuidarnos y para hacernos felices. Eso me llena de alegría y paz. Ya no necesito nada más, porque estoy seguro de que Dios está conmigo. Cada persona que golpea a mi puerta me hace sentir útil, necesario, querido. Cada vez que recibo un pequeño regalo de la gente humilde de la aldea, siento que es Dios mismo que me lo da, sirviéndose de las manos de los demás y me recuerda, así, que no soy el único que puede dar.
El discípulo estaba tan enojado que casi no escuchó las palabras del anciano. Agradeció, por educación, el hospedaje y volvió a su pueblo, olvidándose por mucho tiempo de lo que el maestro le había dicho. Allí conoció una chica de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.
Cierto día, al volver de trabajar en el campo, vio desde lejos a sus hijos jugando. Se acercó despacio y desde atrás de un árbol se quedó mirando, Así lo descubrió su esposa, quien le preguntó:
-       ¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué haces mirando a los niños jugar?
-       Estoy mirando la maravilla más grande que Dios me ha regalado, estoy alabándolo mientras escucho sus gritos y sus cantos; estoy dando gracias por el trabajo que me permite traerles, todos los días, un pedazo de pan y estoy dando gracias a Dios, porque si yo que soy débil, cuido de ellos y me preocupo, cuánto más Él, con todo su poder y su inmenso amor.
Ese día el hombre recordó las palabras de su maestro y entendió.
(María Inés Casalá. Publicado en Diálogo 55)


AGUDELO, HUMBERTO. VITAMINAS diarias para el espíritu.2. Paulinas.  Pág. 122 



No olvidemos que el mejor antídoto para evitar el contagio del COVID - 19 es quedarte en casa. 


Que la Sagrada Familia de Nazaret, bendiga cada uno de sus hogares. 





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